Llegamos Ana y yo a la ría a media tarde, después de hacer todo un circuito ornitológico por el norte de las provincias de A Coruña y Lugo que nos ha llevado a ver desde Págalos grandes o Pardelas pichonetas a Cigüeñas blancas y Mosquiteros ibéricos en plena parada, entre otras muchas cosas. Durante todo el día gigantescas nubes han circulado sobre nuestras cabezas bajo un cielo de un azul casi doloroso, en ocasiones descargando gruesas gotas de lluvia, y siempre ajustando su rumbo al de un intenso viento del suroeste. Ya en o Burgo, la situación meteorológica parece despejarse, para delicia de un sinfín de gentes que recorren el paseo marítimo. Nada más bajar del coche y montar el telescopio, un cohete rasga el cielo y revienta sobre las azoteas de Perillo, al tiempo que un par de cometas se alzan ligeras desde los prados inmediatos al Jardín botánico. A lo lejos, la tribu de Gaviotas reidoras que aún permanece aquí levanta el vuelo con urgencia. A pesar del susto que sin duda las estremece, siguen siendo extraordinariamente elegantes. Apenas hay ave que no lo sea ahí en el aire. Las cometas giran sobre sí amarradas a los puños de sus dueños, en ocasiones dibujando notables trazos de color, pero incapaces de siquiera parecerse a una sola de esas gaviotas blancas de patas embarradas, plumas a medio mudar y áspera voz de supervivientes profesionales. Los días que persiguen insectos voladores sobre la ría no hay cometa china que iguale su enloquecida destreza.
Al rato alcanzan la marisma 57 Ostreros. Hacía días que no los veía, y hoy ha sido sin duda el cohete el que los ha traído hasta aquí, pues en pleamar suelen dormitar a menudo en las rocas de Santa Cristina o en la misma punta de la flecha arenosa de la playa (precisamente en pleamar han coincidido mis recientes visitas). De allí llegan. También las garzas (7) y Garcetas (14) están alteradas, y eso que (perdón) tienen los huevos pelados de aguantar de todo en esta ría. Pero las cometas no les merecen la menor confianza. Cuando un par de lanchas fueraborda pasan cerca de ellas rasgando la superficie de la ría, ls garzas se largan a la otra orilla. Luego, poco a poco regresan las reidoras del fondo del estuario. Son en torno a unas 150. Entre ellas descubro a las gaviotas guanaguanare y Bonaparte, y a una sola cabecinegra, de primer invierno. Luego cuento 5 Zarapitos trinadores, 4 Correlimos comunes, 5 Archibebes claros... Y veo mi primera Lavandera boyera del año (van 73 especies) en la marisma, un precioso macho. No está menos inquieto que el resto de aves. Hay demasiado follón. “Hoy están aquí todos los humanos del entorno”, habrán pensado, “no falta ni el tipejo del telescopio”.
2.4.06
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