21.8.06

21 de agosto: A veces la ría aburre mucho

El aburrimiento no acostumbra a ser compañero de fatigas del ornitólogo. Sin embargo, en ocasiones se apunta al paseo y te amarga la jornada. Por ejemplo hoy. Llegué a la ría en plena pleamar, y subiendo. El sol caía a plomo, aliviado por una suave y fresca brisa del NE. Una vez frente al juncal, y ya con los prismáticos bien encajados en las cuencas oculares, comprendí que hubiese sido mejor no haber venido. Todas las aves, incluso los siempre hiperactivos Andarríos chicos, se entregaban a un profundísimo y contagioso sopor estival. Si cuando descansan las garzas parecen mimos callejeros de ceñuda expresión, hoy incluso recordaban a un puñado de maniquíes abandonados allí por alguno de esos artistas empeñados en reflexionar sobre la realidad a base de instalar objetos absurdos en sitios vulgares. En cuanto a las gaviotas, por su expresión se las diría entregadas a la pesadísima digestión de una ingente comida familiar, tan típica de estas fechas. Los zarapitos trinadores, ¡no trinaban! Estuve una hora y media a unos 20 metros de ellos, y durante todo ese tiempo guardaron un inquietante silencio que sólo un severo ataque de melancolía podría explicar. En fin, conté, pero no todo... Así que no valió. Sé de más de uno que habría invitado a las aves a volar un poquito para poner un número al lado de cada especie (cómo nos gusta a los ornitólogos poner un número al lado de cada especie), pero yo no soy de esos, así que cuando me llegó mi hora me marché con mi aburrimiento a otro sitio.

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