27.3.06

26 de marzo: Un charrán en el temporal

Domingo de feroz ventarrón. Vuelan las nubes negras, grises y blancas bajo un cielo de aún más nubes desgarradas. Vuelan las lonas que cubren alguna fachada en obras. Vuelan basuras, las hojas de algunos periódicos, un guante de lana. Vuela la espuma de las olas estrellándose en las rocas. Vibran con furia los cables y mástiles de los yates del náutico, que se remueven inquietos en sus pantalanes víctimas de una suerte de histeria colectiva. Los escasos paseantes miramos con aprensión a un gigantesco telón de lluvia de color ceniza que se acerca por el sur. Todo el paisaje vocifera.

Un Charrán patinegro pesca con éxito junto al Castillo de San Antón. Se cuelga de una racha de viento, desciende por otra, se remonta en la tercera y termina por negarlas a todas zambulléndose justo donde precisa para capturar un pececillo. Se lo traga y empieza de nuevo. Y otra vez. Sus blanquísimas plumas juegan con la cambiante luz, y cuando emerge de los anillos concéntricos que sus caídas dibujan en el agua, se estremece como si renaciera. Lo contemplo embobado. Hago mía esa danza que desafía las fuerzas de la atmósfera y de la gravedad, ese vigor emanado de la ligereza y la sabiduría.

Cuando llega el chaparrón, el Charrán se retira a los pantalanes con otros cuatro de su especie. Están de paso, y se quedan a dormir. Es probable que mañana ya no estén aquí, que continúen su camino hacia el norte. Hoy nuestro avión no pudo aterrizar en el aeropuerto de A Coruña y fue desviado hacia Lavacolla. Dijo el comandante que hacía demasiado viento. Por supuesto: los charranes no saben pilotar aviones.

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